El Parkinson es una enfermedad que sin avisarnos ni pedirnos permiso se instala en nuestro cerebro, y desde ahí nos come las neuronas encargadas de producir dopamina para coordinar los movimientos de los músculos, por lo que vamos perdiendo habilidades y capacidades.
Podemos temblar, quedar rígidos o caernos.
Podemos tener dificultades para hablar, tragar o defecar.
Podemos sentir tristeza, miedo o enojo.
No se detiene ni necesita descansar, y nos va a acompañar cada día hasta el último de nuestros días.
Podemos negarla y preguntarnos ¿Por qué a mí?, buscar en nuestro pasado los posibles errores, los pecados, enojarnos porque no lo merecemos y gastar nuestro tiempo y nuestra alegría en ese enojo, aunque no se va a ir porque no la aceptemos.
Podemos, en cambio preguntarnos ¿Para qué me vino a mí? Y descubrir que hubo cosas que no supimos valorar antes, cuando teníamos el mundo por delante y pensábamos que siempre íbamos a estar bien, que a nosotros jamás nos iba a pasar eso de tener Parkinson, o Cáncer, o Diabetes, o un accidente.
O Podemos aceptarla, conocerla, entenderla.
No ser su amiga ni su enemiga, porque aunque tenga nombre de persona, no lo es. Es una enfermedad, y si aprendemos las técnicas y estrategias de rehabilitación y las usamos como herramientas para fortalecer nuestra mente y nuestro cuerpo, haremos que su avance sea mucho más lento.
Entonces podemos aprovechar el tiempo que nos queda, poco o mucho, en mantener y mejorar esas habilidades y capacidades que aún tenemos, en disfrutar de los nietos, de los hijos, de los amigos y de la familia, que sufren por vernos lentos, rígidos o temblorosos, pero quieren ayudarnos porque aún somos importantes para ellos.
Podemos aprovechar esas herramientas para vencer el miedo, la vergüenza y la pereza.
Podemos levantarnos y caminar aunque nos cueste.
Podemos decir en forma clara y fuerte: Estoy acá, no me doy por vencido, y voy a luchar por mantener y mejorar mi calidad de vida, porque aunque haya cosas que no pueda hacer, igual puedo sentir alegría, placer, y tengo mucho para disfrutar y compartir.
¿Vamos juntos?
Podemos temblar, quedar rígidos o caernos.
Podemos tener dificultades para hablar, tragar o defecar.
Podemos sentir tristeza, miedo o enojo.
No se detiene ni necesita descansar, y nos va a acompañar cada día hasta el último de nuestros días.
Podemos negarla y preguntarnos ¿Por qué a mí?, buscar en nuestro pasado los posibles errores, los pecados, enojarnos porque no lo merecemos y gastar nuestro tiempo y nuestra alegría en ese enojo, aunque no se va a ir porque no la aceptemos.
Podemos, en cambio preguntarnos ¿Para qué me vino a mí? Y descubrir que hubo cosas que no supimos valorar antes, cuando teníamos el mundo por delante y pensábamos que siempre íbamos a estar bien, que a nosotros jamás nos iba a pasar eso de tener Parkinson, o Cáncer, o Diabetes, o un accidente.
O Podemos aceptarla, conocerla, entenderla.
No ser su amiga ni su enemiga, porque aunque tenga nombre de persona, no lo es. Es una enfermedad, y si aprendemos las técnicas y estrategias de rehabilitación y las usamos como herramientas para fortalecer nuestra mente y nuestro cuerpo, haremos que su avance sea mucho más lento.
Entonces podemos aprovechar el tiempo que nos queda, poco o mucho, en mantener y mejorar esas habilidades y capacidades que aún tenemos, en disfrutar de los nietos, de los hijos, de los amigos y de la familia, que sufren por vernos lentos, rígidos o temblorosos, pero quieren ayudarnos porque aún somos importantes para ellos.
Podemos aprovechar esas herramientas para vencer el miedo, la vergüenza y la pereza.
Podemos levantarnos y caminar aunque nos cueste.
Podemos decir en forma clara y fuerte: Estoy acá, no me doy por vencido, y voy a luchar por mantener y mejorar mi calidad de vida, porque aunque haya cosas que no pueda hacer, igual puedo sentir alegría, placer, y tengo mucho para disfrutar y compartir.
¿Vamos juntos?
Comentarios (1)
Cargando mensajes...