La práctica continuada de ejercicio regular consiguen un mejor curso clínico de la enfermedad de Párkinson, teniendo además cada tipo de actividad física efectos diferentes

  • El ejercicio ha sido postulado como una intervención prometedora que puede modificar el curso clínico a largo plazo de la EP.
  • Recientemente, varios ensayos clínicos aleatorizados han confirmado que el ejercicio aeróbico puede mejorar la función motora de forma global (al menos durante el tiempo que se practica) y preferentemente si se trata de ejercicio de alta intensidad. También las intervenciones con ejercicios basados en el trabajo del equilibrio, marcha o terapias por baile han mejorado el equilibrio y aspectos de la marcha. Por último, estudios observacionales han mostrado una asociación entre los hábitos de ejercicio y práctica de actividad física regular con un enlentecimiento del deterioro cognitivo y motor.
  • Sin embargo, en la mayoría de estos estudios, la evaluación se llevó a cabo durante la intervención, siendo este periodo corto (menos de 6 meses).
  • Un gran estudio multicéntrico internacional, The Parkinson’s Progression Markers Initiative (PPMI), busca desde 2012 conocer modificadores de la enfermedad durante su curso clínico.
  • Debido a la falta de observaciones a largo plazo, aún no se han podido extraer conclusiones robustas sobre los efectos a largo plazo del ejercicio y la actividad física regular en la EP. Es de interés conocer, los efectos a largo plazo de la práctica de actividad física regular y hábitos de ejercicio en el curso de la EP.

Se publica un trabajo en Neurology donde se dan a conocer los resultados obtenidos a partir del estudio PPMI sobre antecedentes, función motora, funciones cognitivas y nivel de actividad física regular evaluada con el cuestionario Physical Activity Scale for the Elderly (PASE) en una cohorte de pacientes con EP en etapa inicial sobre un período hasta 6 años.

Se incluyeron en el estudio 237 pacientes con EP temprana; edad, 63,0 (56,0-70,0) años; masculino, 69,2% y duración del seguimiento, 5,0 (4,0-6,0) años]. 

Las principales variables estudiadas fueron: los niveles de ejercicio y actividad física (actividades de ocio como caminar, bailar, montar en bicicleta…, trabajos domésticos como jardinería o actividades ocupacionales como cuidar de los demás), las funciones motoras (MDS-UPDRS part III) y las funciones cognitivas (memoria, habilidades verbales…).

Los resultados mostraron que el nivel de actividad física regular y de ejercicio moderado a intenso de los participantes al inicio del estudio no afectaba significativamente la progresión clínica posterior de la EP. Sin embargo, las personas que hacían al menos cuatro horas semanales de ejercicio moderado a vigoroso como caminar o bailar y las que realizaban más de 15.5 horas semanales dedicadas a trabajos domésticos u ocupacionales tenían una progresión más lenta de la EP.

Estos niveles promedio regulares de ejercicio y actividad física en general a lo largo del tiempo se asociaron significativamente con un deterioro más lento de la estabilidad postural y de la marcha [coeficientes de efectos fijos estandarizados del término de interacción ( interacción β ) = -0,10 (IC del 95 %, -0,14 a -0,06)] , de las actividades de la vida diaria [ interacción β = 0,08 (IC del 95 %, 0,04 a 0,12)] y de la velocidad de procesamiento mental [ interacción β= 0,05 (IC del 95 %, 0,03 a 0,08)] en pacientes con EP. 

Los autores concluyeron que altos niveles de actividad física, solo cuando son mantenidos en el tiempo, se asociaron con un enlentecimiento de varios parámetros clínicos en pacientes con EP. Además, también revelaron que determinadas actividades pueden tener diferentes efectos en el curso clínico de la EP. Así, los niveles de ejercicio de moderados a intensos se asociaron preferentemente con un enlentecimiento de las funciones posturales y de marcha y los niveles de actividad relacionados con el trabajo se asociaron principalmente con un deterioro más lento de la velocidad de procesamiento.

La fortaleza de este estudio radica en la observación de un período de seguimiento más largo comparado con estudios anteriores que incluían evaluaciones motoras y cognitivas, en la evaluación de los diferentes efectos para los diferentes tipos de actividad física y en el ajuste de parámetros clínicos basales de la muestra (edad, sexo, dosis equivalente de levodopa y duración de la enfermedad).

Otro hallazgo novedoso es que los diferentes tipos de actividad física regular puedan tener diferentes efectos en el curso de la EP, lo cual coincide con un reciente meta análisis de intervenciones con fisioterapia y que informó de los diferentes efectos en el curso de la enfermedad de las diferentes modalidades de fisioterapia en la EP.

Estos resultados son de gran interés, pues refuerzan la utilidad de los programas de ejercicio regulares como efectivos ralentizadores de la progresión de la enfermedad y también ponen el acento en la utilidad de las tareas domésticas semanales como actividad física computable, recomendada y beneficiosa en la EP.

Pablo Campo-Prieto

Fisioterapeuta e Investigador en la Universidad de Vigo