• No hay un tratamiento con efecto neuroprotector demostrado en pacientes.
• Diferentes estudios llevados a cabo para medir un posible efecto modificador del curso de la enfermedad son con moléculas con indicación para otras enfermedades: ambroxol, israpidina, inosina, ácido ursodesoxicólico, deferiprona, exenatida, lixisenatida, nilotinib, simvastatina, o salbutamol.
• Uno de los problemas es la traslación de los resultados en modelos animales a humanos y que realmente tampoco sabemos como medir correctamente un efecto modificador del curso de la enfermedad en vida.
• No hay una respuesta cerrada para la pregunta de una vez hecho el diagnóstico, cuándo y cómo empezar el tratamiento.
• Se ha observado que retrasar el uso de la levodopa conlleva la aparición de complicaciones motoras más precozmente tras su introducción y más que “cuándo” lo que es importante es “cuánto”, es decir, es recomendable evitar administrar dosis altas de inicio.
• Se plantea como posibilidad la politerapia (levodopa + agonista + IMAO-B + amantadina + ejercicio físico) pero no hay datos sobre si esto es mejor y cómo debe hacerse, gradualmente o de inicio.
• Actualmente el tratamiento debe ser personalizado. Los ensayos clínicos también deben realizarse personalizado los enfermos por grupos en función de sus características (genotipo, fenotipo, edad, etc.).
Actualmente se sabe que hay muchos mecanismos implicados que serían potenciales dianas para poder actuar con un fin neuroprotector; concretamente, factores genéticos (SNCA, PINK1, PARKIN, CHCH2, VPS13C, LRRK2, VPS35, DNAJC13, GAK, RAB7L1, SYNJ1, RAB39B, ATP13A2, GBA1) y no genéticos (ambientales) que serían responsables de poner en marcha una cascada de eventos que ocurrirían a múltiples niveles como disfunción mitocondrial, estrés oxidativo, disfunción del lisosoma y autofagia, inflamación, apoptosis, alteración de la homeostasis del calcio, disfunción de las sinapsis, etc., y que acaban conduciendo a la muerte celular y agregación de la alfa-sinucleína con la formación de cuerpos de Lewy. Se está investigando con fármacos que tienen indicación para otras patologías pero que podrían tener un efecto neuroprotector al actual sobre algunos de estos mecanismos. Algunos de ellos son: ambroxol (expectorante que aumenta la actividad de la glucocerebrosidasa), israpidina (antihipertensivo que actúa a nivel de la mitocondria y reduce el estrés oxidativo), inosina (tratamiento para trastornos autoinmunes que reduce el estrés oxidativo), ácido ursodesoxicólico (tratamiento de la cirrosis biliar primaria que actúa a nivel de la mitocondria en pacientes con mutación PARKIN), deferiprona (indicado en talasemia, actúa a nivel del hierro), exenatida y lixisenatida (para la diabetes tipo 2, reducen el estrés oxidativo y tendrían potencial efecto neurotrófico), nilotinib (indicado en leucemia, actúa a nivel de la mitocondria, alfa-sinucleína y reduce el estrés oxidativo), simvastatina (hipolipemiante que reduce estrés oxidativo y actuaría a nivel de la alfa-sinucleína y reduciendo la inflamación), o salbutamol (para el asma, actuaría a nivel de la alfa-sinucleína).
Tratamiento sintomático; el fin, mejorar los síntomas y la calidad de vida del paciente.
Está claro que disponemos de muchos tratamientos para mejorar los síntomas del Parkinson: levodopa, agonistas (pramipexol, ropinirol, rotigotina), IMAOs-B (selegilina, rasagilina, safinamida), ICOMTs (entacapona, tolcapona, opicapona), amantadina, anticolinérgicos. Sin embargo, para dos preguntas clave sigue sin haber una clara respuesta: cuándo y cómo tratar. Tal vez a día de hoy la respuesta más adecuada sería personalizando el manejo a las circunstancias de cada paciente.Con respecto a cuando, puede ser correcto no empezar con medicación si un paciente tiene síntomas menores que no le repercuten en el día a día. Sin embargo, es cierto que hay estudios como el PD Life (Grosset y cols. 2007) que demostró que los pacientes que recibían tratamiento frente a los que no, mejoraban a los 9 meses pero sobre todo a los 18 meses su calidad de vida de forma marcada (en torno a 20 puntos en el cuestionario PDQ-39). Sin embargo, hay otros estudios que no han mostrado (Asimakopoulus y cols. 2008) esto y faltan estudios randomizados doble ciego para tener más evidencia, a lo que se suma el hecho de otros factores como el riesgo de eventos adversos al introducir un fármaco, costes, etc.
Octubre 2018
DIEGO SANTOS GARCÍA
NEUROLOGÍA, CHUF (COMPLEJO HOSPITALARIO UNIVERSITARIO DE FERROL), FERROL, A CORUÑA
Coordinador del Comité Científico de la Fundación Degén, neurólogo en el Servicio de Neurología del CHUAC (Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña) y del Hospital San Rafael, A Coruña.
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